Bogotá, 6 Ago (Notimex).- El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, asume este jueves su segundo mandato (2014-2018), con la obsesión de firmar la paz con las rebeldes FARC, pero sin bajar la guardia en las operaciones militares contrainsurgentes.
Ese es el mensaje que vienen dando y dará mañana el jefe de Estado en la ceremonia de toma de posesión ante el Congreso de Colombia y los jefes de Estados, viceministros, primeros ministros y cancilleres invitados al acto.
Hace cuatro años, cuando Santos asumió su primer mandato el 7 de agosto de 2010, el mensaje central fue la búsqueda de la paz para frenar el derramamiento de sangre que ha dejado más de 220 mil muertos y seis millones de víctimas, en cinco décadas.
“Yo aspiro, durante mi gobierno, a sembrar las bases de una verdadera reconciliación entre los colombianos. De un desarme real de los espíritus”, dijo Santos hace cuatro años.
Entre aplausos de los asistentes a la ceremonia, el mandatario insistió que “desde lo más profundo de su alma ensangrentada, lo que más desea es la paz”.
“A los grupos armados ilegales que invocan razones políticas y hoy hablan otra vez de diálogo y negociación, les digo que mi gobierno estará abierto a cualquier conversación que busque la erradicación de la violencia”, indicó.
“Eso sí, sobre premisas inalterables: la renuncia a las armas, al secuestro, al narcotráfico, a la extorsión, a la intimidación”, insistió.
En los dos primeros años, Santos lanzó una ofensiva militar contra las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y logró debilitar al grupo armado al dar de baja a sus dos jefes máximos: Alfonso Cano y Jorge Briceño, y golpeó las principales estructuras de la organización.
El mandatario tenía claro, desde que fue ministro de Defensa en el gobierno de Alvaro Uribe (2002-2010), que a las FARC había que llevarlas a una mesa de negociación débiles en lo político-militar y en el escenario internacional.
En noviembre de 2012 abrió la mesa de negociaciones en La Habana, Cuba, con las FARC, que es el grupo rebelde más activo y antiguo del mundo.
Las partes acordaron una agenda de trabajo de seis puntos para poner fin a la confrontación armada y crear condiciones políticas para lograr una paz sostenible en el tiempo.
Pero lo más novedoso del nuevo intento para lograr la paz, fue la decisión conjunta de dialogar en el exterior y en medio de la guerra, sin treguas bilaterales, sin despeje de territorio y bajo la premisa de “nada está acordado hasta que todo esté acordado”.
La estrategia de Santos de negociar en medio del conflicto y con una feroz oposición de extrema derecha, liderada por su mentor, el expresidente Uribe lo desgastó en términos políticos y su re-elección estuvo en peligro. Pero el insistió en su coherencia que marco desde el 7 de agosto del 2010: La Paz.
Ahora cuatro años después de su primer mandato y con 27 meses de negociaciones reservadas en La Habana, Santos dará a conocer mañana al mundo los avances de los diálogos que ya están en una fase irreversible.
Las partes en este periodo lograron acuerdos parciales en desarrollo rural integral, es decir el tema de la posesión de la tierra, que es la causa principal que dio origen a este conflicto que data desde mitad del siglo XX.
La participación política de la insurgencia, una vez que dejen las armas, y la lucha integral contra el fenómeno del narcotráfico en todos sus niveles, son otros de los acuerdos sustanciales en 27 meses de pláticas de paz.
En este mes de agosto de 2014, los negociadores del gobierno y las FARC abordarán en comisiones paralelas los espinosos temas de la comisión histórica del conflicto y sus víctimas, así como la dejación de armas.
Mientras la paz avanza con reserva en La Habana con el apoyo de toda la comunidad internacional y con el mandato político que recibió Santos en las elecciones del 25 de junio, el fragor de la guerra sigue en los campos colombianos, dejando víctimas civiles inocentes.
Santos, para este segundo periodo, tiene como eje prioritario de su política de gobierno, firmar el fin de la confrontación armada y crear escenarios políticos para el postconflicto, que puede ser más difícil y complejo que el propio pacto de parar la guerra.