México, 6 Junio; poderycritica.- El escritor argentino Roque Larraquy (Buenos Aires, 1975) es un caso excepcional. Contrario a la mayoría de sus colegas del mundo, que sufren una y mil penurias para sobrevivir mientras cocinan sus obras, él halló la fórmula para poder desarrollar su proyecto literario sin apuros ni contrariedades, y aún más, ganando dinero.
“He sido guionista de cine y televisión y autor de novelas en paralelo. Primero, como estudiante, inicié mi carrera de Letras en la Universidad de Buenos Aires al tiempo que mis estudios de guión de cine y tv. Ser profesor de guión y diseño audiovisual me sirvió como sostén y me permitió hacer mi proyecto literario sin apuros ni contrariedades”.
En entrevista con Notimex, el autor subrayó que los recursos de la narrativa audiovisual ofrecen una mirada pragmática sobre los materiales narrativos, su distribución en el relato, su dosificación. “Escribir un guión es preguntarse sobre la función informativa de cada peripecia y la pertinencia de cada personaje”.
Explicó que hay una batería de elementos extranarrativos (condiciones de producción, exigencias de dirección, políticas mediáticas) que inciden desde afuera hacia el interior del relato.
“Se trata de un tipo de escritura profesionalizada que, creo, sirve como entrenamiento y puede aplicarse, con los desplazamientos formales lógicos, en cualquier otro soporte narrativo, incluido el literario”.
Consecuentemente, al hallar el tono literario adecuado para atrapar al lector, ¿seguirá escribiendo este género (novela) o variará conforme sus propias circunstancias de vida se lo dicten? “Sería interesante diversificar los soportes, en la medida en que no se me resistan; me interesaría, por ejemplo, escribir para teatro, y eventualmente producir poesía”.
Al hablar del proceso creativo para dar a cada personaje de esta obra personalidad y carácter propio, apuntó que “la primera novela representó un proceso lento de prueba y error, de buscar un tono. Fueron muchos años de escritura y reescritura, de muchas páginas descartadas, de desaciertos que finalmente produjeron, como una lenta sedimentación”.
En “La comemadre” Larraquy hace un sorprendente salto de 1907 a 2009. La historia inicia en 1907 en un sanatorio en Temperley, en las afueras de Buenos Aires. El doctor Quintana se enamora de Menéndez, la jefa de enfermeras, de quien no sabe casi nada, ni siquiera el nombre de pila. Por este amor, por dinero y por la promesa de trascendencia, Quintana cuaja una idea.
Lleva adelante y sin empacho junto con sus colegas, quienes también aman a la jefa de enfermeras, un experimento descabellado y cruel. La premisa es que una cabeza humana, separada del resto del cuerpo, permanece viva y consciente durante nueve segundos. El grupo de amigos médicos elabora el plan que como en estos casos, cree que será perfecto.
2009. Un célebre artista global, ex niño prodigio, decide “dar vida al monstruo” y convierte su propio cuerpo, y el de otros a quienes ama, en arte y mercancía. En el transcurso del siglo entre una y otra historia median las palabras proféticas o banales de un coro de cabezas sin cuerpo, una colección de juguetes para niños ciegos… y la “comemadre”.
“La Comemadre” es una planta cuya sabia vegetal produce, en un salto entre reinos no del todo estudiado, larvas animales microscópicas capaces de devorar cualquier ser vivo y reducirlo a la nada. Es también la maravillosa y extravagante primera novela de Roque Larraquy, quien actualmente está en Buenos Aires preparando una nueva entrega.