Cómo, me dan pena las abandonadas, que amaron creyendo ser también amadas. Y van por la vida llorando un cariño, recordando a un hombre y arrastrando un niño.
Como hay quién derribe del árbol la hoja, y al verla en el suelo, ya no la recoja, y hay quién a pedradas tire el fruto verde, y lo eche rodando después que lo muerde.
Las abandonadas son frutas caídas, del árbol frondoso y alto de la vida, son más que caídas, fruta derribada, por un beso artero, como una pedrada.
Por las calles ruedan estas tristes frutas como maceradas mansanas intutas y en sus pobres cuerpos antaños surgentes llevan la indeleble marca de sus dientes.
Tienen dos caminos que escoger el quicio de una puerta honrada o el harén del vicio, y en medio de tanto, de tantos rigores hay quién al hablarles, se atreva de amores.
Aquellos magnates que ampararlas pueden más las precipitan para qué más rueden y hay quién se vuelva su postrer verdugo queriendo exprimirlas, si aún les queda ugo.
Las abandonadas son como el bagazo, que alambica el beso y exprime el abrazo, si aún les queda zumo, lo chupa el dolor, son tristes bagazos, bagazos de amor.
Cuando las encuentro me llenan de angustia, sus senos marchitos, y sus caras mustias, y pienso que llevan en sus arrepentimientos un niño que es hijo del remordimiento.
El remordimiento lo arrastra algún hombre oculto que al ver a esos niños de blondos cabellos yo quisiera amarlos y ser padre de ellos.
Las abandonadas me dan estas penas porque casi todas son mujeres buenas son manzanas secas, son frutas caídas, del árbol frondoso y alto de la vida.
De sus hondas cuitas ni el Señor se apiada, porque de esas cosas Dios no sabe nada, y así van las pobres, llorando un cariño, recordando a un hombre, y arrastrando un niño.
POR JULIO SEXTO
Edén Moheno Rosado.