Poder&Crítica.-Esta cultura, además, coincidiendo con la celebración de la Navidad cristiana, celebraba el nacimiento de Frey, Dios del Sol y la fertilidad, adornando un árbol que era llamado “Divino Idrasil” (Árbol del Universo), del cual se decía que en su copa se encontraba el cielo y en sus raíces profundas el infierno. Según coinciden los historiadores, este podría tener su origen en los Celtas de Europa Central, quienes acostumbraban usar árboles para representar a varios de sus Dioses. Extendiéndose el cristianismo y luego de entender que existían tradiciones consideradas paganas que no podían desarraigarse tan fácilmente, se buscó empatar las dos.
San Bonifacio, evangelizador de Alemania, fue uno de los promotores de esta mezcla de costumbres, ya que, cuenta la leyenda, fue quien reemplazó uno de los árboles que representaba al Dios Odín por un pino para honrar al Dios cristiano. Dicho árbol, siguiendo la costumbre llamada pagana, también estaba adornado, pero con manzanas que representaban el pecado original y con velas que representan la luz de Jesucristo.
Extendiéndose aún más el cristianismo se fueron tomando algunas de estas tradiciones como propias de esa religión y se adoptó la idea del árbol para honrar a Cristo. Finalmente, como dato, cabe señalar que se cree que el primer árbol de Navidad formal apareció en Alemania en el año 1605, ya con la mayoría de los elementos que se conocen ahora, y de ahí fue extendiéndose a todo el mundo cristiano.
SU LLEGADA A MÉXICO
Una de las versiones de cómo llegó el árbol de Navidad a México, cuenta que se le vio por primera vez cuando el Palacio Imperial de Chapultepec amaneció emperifollado con la brillante novedad traída directamente de Europa por orden de Maximiliano de Habsburgo, recién llegado Emperador en 1864, quien arribó a costas mexicanas el 28 de mayo de 1864, para instalarse en el castillo de Chapultepec luego de haber rechazado palacio Nacional como residencia oficial debido a las chinches.
La decoración causó tal furor que la aristocracia mexicana la adoptó de inmediato, desplazando temporalmente a los nacimientos de su protagonismo navideño. Y es que, desde su llegada a México, los “divinos” Maximiliano y Carlota se imponían en moda y normas ante la sociedad mexicana.
Al año siguiente, en 1865, los mismos emperadores casi “cancelan” la navidad al proclamar el 24 de diciembre día de luto nacional por la muerte del padre de Carlota, el rey de Bélgica, Leopoldo I, pero los único que guardaron el protocolo que ordenaba el ceremonial de la corte fueron los conservadores. Cuando Maximiliano fue fusilado, se desprestigiaron las costumbres fomentadas bajo el imperio y su corte, así que el árbol de Navidad cayó en desuso.
En 1878, el general Miguel Negrete, considerado el mayor enemigo político de Porfirio Díaz y ministro de guerra durante la presidencia de Benito Juárez, retomó la tradición del árbol, luego de quedar muy impresionado por los árboles que conoció durante sus viajes a Europa y Estados Unidos. Instaló un árbol navideño en su casa descrito así por la prensa: “el árbol sembrado de luces, cubierto de heno, extendía sus ramas a una gran distancia, y contenía como 250 juguetes, entre los que cada invitado tenía derecho a elegir uno designado por un número que de antemano se repartió; los objetos consistían en juguetes de muy buen gusto y aún de lujo”.
CULTIVO
En nuestro país el cultivo de árboles de navidad es una alternativa para el desarrollo sustentable en numerosas áreas rurales del país, y al mismo tiempo es una estrategia efectiva para detener el avance de la mancha urbana. Sin embargo, la producción nacional que incluye al mayor productor que es el Estado de México y a Guanajuato, Puebla, Michoacán, Veracruz, Tlaxcala, Coahuila, Durango, Zacatecas, Hidalgo, Querétaro, Tamaulipas, Jalisco, Oaxaca, Nuevo León, Aguascalientes y Morelos, asciende a un millón de árboles. Como todas las plantas y cultivos, los árboles de Navidad requieren una serie de nutrientes específicos para prosperar