México, 26 octubre; poderycritica.-Antes de que el huracán Patricia tocara tierra, el viento empezó a comportarse de forma extraña: primero dejó de soplar desde el mar, luego cambió de nuevo de dirección y después se quedó quieto por unos minutos.
Fue la señal para que la gente de Emiliano Zapata, una comunidad con menos de 200 habitantes en la costa sur de Jalisco, se encerrara en sus casas.
«Se soltó el demonio, empezó a tirar palos y quebró el poste de luz», dijo Rafael Espinoza, quien escuchaba asustado desde el fondo de su casa.
Su vecino Rodrigo Corona logró asomarse por entre las tablas con las que aseguró una ventana.
«De repente el viento pegaba fuerte, se calmaba y se venía más recio. Fue cuando tronó el poste.»
Emiliano Zapata está en la región donde el ojo del huracán entró al continente, una franja costera en los límites entre Jalisco y Colima.
Los vecinos directamente afectados por Patricia no están de acuerdo en que los daños hayan sido menores.
Patricia llegó todavía como un huracán de categoría 5 en la escala Saffir Simpson, con vientos mayores a 300 kilómetros por hora.
Las huellas de su paso se notan a lo largo de la carretera: árboles derribados, platanales anegados, algunas casas sin techo.
Según las autoridades, al igual que ocurrió con el resto de la región costera donde se presentó el fenómeno, los daños resultaron menores a los esperados.
Pero quienes habitan los pueblos donde tocó primero el huracán no están de acuerdo con esa idea.
«Mi casa estaba más expuesta»
BBC Mundo visitó parte de la región por donde entró al continente el fenómeno que, hasta el viernes 23 de octubre, era considerado como el más peligroso de la historia en el continente.
Antonio Espinoza cree que su casa estaba desprotegida ante el huracán.
No sólo por la velocidad de sus vientos sino por su extensión, que por momentos superó los 1.000 kilómetros.
En Colima, Jalisco y Nayarit las autoridades encendieron la alerta y pidieron a la población no salir de sus casas cuando el fenómeno tocara tierra.
Miles de turistas fueron evacuados de los balnearios de Manzanillo y Puerto Vallarta.
Los que se quedaron se abastecieron de comida y agua, tapiaron ventanas y reforzaron puertas como en Emiliano Zapata.
Algo que a la familia de Antonio Espinoza no le sirvió mucho. El viento que quebró el poste de luz se llevó el techo de su cocina, pero la casa de al lado la dejó intacta.
«Debe ser porque la del vecino está más protegida por el cerro y la mía está más expuesta», explica.
Su esposa Irene dice que no tienen más alternativa que buscar con qué cubrir los platos, vasos y comida, apilados en una mesa hecha de concreto.
«Esta sí se salvó, pero fue de lo poquito que no se llevó el aire», dice.
«Esta vez sí me dio miedo»
En otros pueblos como Venustiano Carranza, en el municipio de Manzanillo, se protegieron como siempre lo han hecho: con lo que tenían a mano, dice Felipe Ruiz, propietario de una farmacia.
El huracán fue considerado como el más peligroso de la historia.
«Cada año hay huracanes o tormentas, ya estamos acostumbrados. Pero esta vez sí nos dio miedo», cuenta.
«Desde la tarde empezó el viento, los almendros nomás se mecían de un lado a otro. Así estuvo casi toda la noche».
En Venustiano Carranza viven casi 2.000 personas, muchas dedicadas a cultivar mango y limón. Es un pueblo donde sólo algunas calles están pavimentadas. El resto son, ahora, de lodo.
La cosecha de las frutas representa el mayor ingreso del año. Pero ahora creen que será más difícil. «Y eso que nos tocó de pasada, ¿imagina si pega de lleno como decían que iba a pasar?», dice Jerónimo Cruz, vecino del pueblo.