25 de Agosto #poderycritica.- 150 años después de la expulsión de los mercedarios, el edificio albergó a diversos profanos, algunos más sórdidos que otros, como cuando sirvió para baños públicos, pulquería o cuartel militar. Sería escuela de escultura, hemeroteca virreinal y taller de tapiz. Quedó en desuso, hasta que el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) inició su restauración en 2010 para albergar el Centro Nacional de la Indumentaria, Diseño Textil y la Música, que se esperaba fuera abierto al público en 2012, sin embargo, la nueva profanación no ha prosperado.
En 2013, la obra a cargo del arquitecto Juan Urquiaga Blanco, quien ha intervenido una larga lista de edificios históricos en el país, tapió los arcos y ventanales de la fachada sur del edificio del siglo XVII. Eso levantó el descontentó de sectores académicos y atención de medios de comunicación: llovieron “periodicazos” y se alimentaron suspicacias sobre cómo se llevaba a cabo la restauración del edificio.
Posteriormente, se erigió una estructura metálica tridimensional en el techo, la preocupación creció y la presión mediática colaboró para detener la obra. Hasta el día de hoy permanece así y parece ser un tema delicado para el INAH, que no ofrece entrevistas sobre el proyecto y se limita a señalar que la obra sigue en proceso. Si bien en el barrio de La Merced todo es movimiento, el claustro está en silencio.
BARRIO DE LA MERCED. El tumulto de esta zona del barrio es el mismo que el de calles del Centro Histórico, dinamizadas por sus comercios. República de Uruguay se caracteriza por aquellos relacionados con textiles y bonetería; en el cruce con Talavera uno se encuentra la fachada sur del claustro: la pequeña entrada que sustituyó el arco principal está sellada con triplay. Hace algunos meses era la única entrada disponible para acceder al edificio. Desde aquí no se alcanza a ver la estructura metálica del techo; en la esquina hay un edificio repleto de comercios en todos sus pisos. Al preguntar si hay acceso a la azotea, empleados en la planta baja me dicen —enfáticos, casi agresivos— que no se puede pasar por órdenes del dueño del edificio.