Son proyectos basados en ideologías nacionalistas, sean revolucionarias o conservadoras. Por el pasado ha votado, sobre todo, la gente de mayor edad, más activa políticamente que los jóvenes. La nostalgia, ya lo vimos con el triunfo de Trump, es una fuerza poderosa en un mundo globalizado donde muchos se han quedado excluidos, las oportunidades parecen estar en manos de las grandes empresas extranjeras o de quienes inmigran al país, el margen de maniobra del gobierno es más estrecho por todos los tratados firmados con el exterior, hay aún profundas cicatrices sociales por la crisis financiera del 2008 y el cambio tecnológico está rehaciendo sectores completos de la economía.
El pasado no es como lo pintan, amén de que es imposible regresar a él, como prometen los nostálgicos. Sin embargo, la viabilidad de las promesas es lo de menos. Todo es cuestión de repetir e inventar. Con las redes sociales y noticieros radicalizados, una parte del electorado puede vivir en un mundo paralelo donde los hechos no importan. Cerca de la mitad de los ciudadanos de su país le creen más a Trump que a los medios de comunicación.
Trump sostiene que va a volver a hacer a América Grande, lo cual incluye terminar con las derrotas de su país en las guerras en las que ha participado. La peor derrota, sin embargo, no es reciente. Trump pertenece a la generación que peleó en Vietnam. Él por supuesto no fue a la guerra, a pesar de ser atlético y sano. La guerra con Vietnam polarizó al país y condujo a violentas confrontaciones entre las policías y los estudiantes universitarios. Los años sesenta presenciaron asesinatos de políticos de todos los colores, desde los dos hermanos Kennedy hasta el activista Martin Luther King, así como crecientes tensiones raciales, que terminaron en más de una ocasión en motines de la población negra que primero arrasaba con lo que podía, para luego ser reprimida por la policía.
El mítico pasado para Trump es el país blanco de su infancia, cuando los negros no tenían derechos ni oportunidades y los latinos aún no empezaban a inmigrar. Como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos vivió en esos años un extraordinario crecimiento económico.
Marine Le Pen quiere salirse de la Unión Europea, devolver a los musulmanes a su lugar de origen y regresar al franco como moneda nacional. Lo de menos es que fue el proyecto de Mercado Común y luego la Unión Europea lo que le permitió a Francia recuperarse tras la debacle de la Segunda Guerra Mundial e hizo posible alcanzar la paz con Alemania. Tampoco importa que el franco fuera una moneda que se devaluaba recurrentemente. Con los altos niveles de desempleo hoy, prometer el paraíso perdido puede resultar electoralmente rentable.
López Obrador lo ha expresado muchas veces: todo se echó a perder después de la crisis de 1982 cuando se cambió de modelo económico. Ideológicamente, López Obrador es hijo del nacionalismo revolucionario priista. Ha dicho que, de ganar la Presidencia, regresará a ese mundo donde las empresas del Estado tenían el monopolio energético. Lo de menos es que el cambio de modelo después de 1982 surgió por el quiebre de las finanzas públicas y una inflación desbordada. Ese mítico pasado ahorra dar soluciones concretas para los problemas reales de hoy. López Obrador, al igual que Trump y Le Pen, promete también purgar los excesos de la clase política y terminar con la corrupción, aunque tampoco ha presentado una estrategia sobre cómo hacerlo.
Simon Kuper, columnista del Financial Times, ha argumentado que la derrota de Hillary Clinton se debió a que no pudo construir un proyecto de futuro frente a la reivindicación del pasado promovido por Trump. Hillary estaba en la defensa del presente. Como esposa del entonces presidente Clinton pertenece a la élite de Washington, D.C., desde 1993. Como parte de esa élite es difícil ofrecer cambios. La sorpresa en el proceso electoral francés, el joven Emmanuel Macron de 39 años, está logrando desde una plataforma liberal y fuera de los partidos políticos tradicionales construir una promesa de futuro. Hoy encabeza las encuestas, aunque está por verse si logra ganar.
En México sabemos que la nostalgia va a ser el eje de la propuesta de campaña de López Obrador. Sabemos que, para el PRI, ya lo subrayó el presidente Peña Nieto en el festejo de 85 años de su partido, será la promesa de continuidad. ¿Podrá alguien construir una promesa de futuro, liberal y democrática? ¿Algún independiente? Hasta ahora Jorge Castañeda no ha prendido. ¿Podrá el PAN construir esa promesa de futuro? De no lograrlo, la probabilidad de triunfo de la nostalgia será mayor.